Las cuentas públicas que rinden los presidentes son sin duda un rito republicano que genera opiniones discrepantes entre quienes son del signo político del mandatario de turno y quienes les toca actuar como opositores al régimen. En general, las cuentas públicas nunca han sido entretenidas y revisten importancia y relevancia básicamente para quienes tienen algún vínculo con la cosa pública. Lo cierto es que la mejor parte de toda cuenta pública es lo que viene después, los comentarios, las interpretaciones, los analistas que intentan descifrar e interpretar, en un par de cuñas, qué es lo que quiso decir el presidente y las consecuencias de sus dichos para la vida de los chilenos.
Pero lo cierto es que las cuentas públicas cambian poco los escenarios políticos, las convicciones acerca de la gestión de un gobierno se solidifican en los meses de gestión y no se modifican, ni para bien ni para mal, por efecto de un discurso presidencial, realizado con la máxima formalidad y leído con la asistencia de altos poderes del Estado, reunidos en un gran auditorio. Las cuentas son más bien la oportunidad en que el poder estatal se nos hace presente y nos recuerda que somos una república con tradiciones, ritos y ceremonias que se repiten todos los años y le dan un sentido de continuidad y proyección a Chile.
En un período presidencial de cuatro años, tal vez las cuentas públicas presidenciales deberían hacerse cada dos años, una a medio camino y otra al término del período. El impacto mediático de la cuenta, dura sólo unos días, e incluso a veces sólo unas horas. Y ahora más que nunca han perdido sentido, porque el parámetro, regla o medida para evaluar esas cuentas es su nivel de avance con respecto a los programas de gobierno que presentaron los presidentes como candidatos. Y los dos últimos gobiernos de Chile, se han caracterizado por no cumplir sus programas, por quedar atrapados en la contingencia y tener que luchar por sobrevivir más que por desplegar sus ideas de gobierno. Por tanto, las rendiciones de cuentas anuales fueron notables ejercicio de acomodo a la realidad, más que el estado de avance de su programa.
Esta última cuenta pública no fue la excepción. El Presidente Boric al igual que los exmandatarios Bachelet y Piñera, a poco andar dejaron de contar con el apoyo mayoritario de la gente y no tenían los votos en el Congreso para desplegar todo su programa. Adicionalmente, el actual Jefe de Estado ha perdido dos elecciones, una por año, relacionadas éstas con la idea de cambiar la Constitución; y además el Presidente fue derrotado en el Congreso, con votos de su propio sector, en el proyecto de reforma tributaria.
En consecuencia, a este gobierno no le han acompañado los números para cumplir con sus compromisos programáticos. Esta última cuenta fue mucho más realista y concreta que la anterior, al igual como las cuentas de Bachelet y Piñera que se acomodaron también a las exigencias de la realidad. Todavía queda por saber si este giro discursivo, que también puede ser sólo táctico, tendrá los resultados esperados en términos de incremento en la adhesión ciudadana y si fue suficiente para convencer a la oposición de avanzar en los temas que el gobierno define como programáticamente prioritarios. Tal vez lo sabremos en la próxima cuenta pública.