En Italia en 1937 se publicó un libro titulado: “Il Dio ignoto: lo Spirito Santo” (A. Arrighini) y en 1972 en españa, otro: “El gran desconocido: El Espíritu Santo y sus dones” (Royo Marín). Éste último, ha vuelto a publicarse en una edición renovada recientemente en el año 2019. Estos dos ejemplos demuestran que, al parecer, no hay una adecuada preocupación, tanto por conocer como por enseñar sobre el Espíritu. En la Iglesia católica se ha celebrado recientemente la fiesta del Espíritu Santo, conmemorando el acontecimiento de Pentecostés, como la venida del Espíritu prometido por Jesús, que llega sobre los apóstoles (Hch 2, 1-12). Pero ¿Cuál es su forma más representativa en la Sagrada Escritura?
En la Biblia Hebrea, el término “ruaj” significa “soplo, viento, aire”, se usa para referir una realidad natural como también una acción de Dios. Aparece muchas veces la expresión “ruaj YHWH”, mostrando un movimiento que va desde Dios hacia los hombres y que gracias a ese “ruaj” especial, el hombre puede realizar hechos que van más allá de su propia naturaleza. Así p.e. en la historia deuteronomista podemos ver que el ruaj YHWH llega sobre ‘Otni’el y así derrota a los edomitas (Jc 3,10); “llega” sobre Jefté y vence a los amonitas (Jc 11,29), a Sansón “le invade” el ruaj YHWH y puede matar a un león, despedazándolo como si fuera un cabrito (Jc 14,6).
Este espíritu transforma al hombre: “Entonces te invadirá el espíritu de Yahveh y profetizarás con ellos y quedarás mudado en otro hombre” (1S 10,6). En todos los ejemplos, el “ruaj YHWH” es causante que los sujetos realicen grandes hazañas, que sin él no podrían realizar. Por su parte, el Nuevo Testamento nos presenta bajo el término griego “pneuma” al Espíritu. “Designa la donación de Dios al hombre y el acontecimiento de su acción presente” (E. Kamlah, DTNT,145). Es decir, continúa la tradición veterotestamentaria pero llevada a su culmen en Jesús, por quien se transmite el Espíritu a los hombres. Su importancia en la vida de los hombres y mujeres es capital, ya que le abre a la fe, comunicándoles con el Padre y el Hijo. San Pablo es claro a este respecto, afirmando que: “Nadie puede decir:‘¡Jesús es Señor!’ sino por influjo del Espíritu Santo” (1Co 12,3). Y que: “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!” (Ga 4,6). “Cada vez aparece con más claridad que la característica fundamental de la manifestación del espíritu de Dios, no es la vivencia de un poder superior, sino más bien la conformidad de aquellos que son tocados por él con la justicia y la bondad de Dios, tal como se ha revelado en Jesucristo y tal como encuentran su expresión en el amor” (E. Kamlah, DTNT,146). El espíritu neotestamentario se opone al espiritualismo y a las manifestaciones demasiado extáticas. La teología paulina insiste en la necesidad de los “dones espirituales” (1 Co 12-13) y “el hombre nuevo” (Gal 5,22). Los dones espirituales se miden por el amor y el hombre nuevo por su comportamiento fruto del espíritu.
Pablo VI en su Credo del Pueblo de Dios, dice lo siguiente sobre el Espíritu: “nos fue enviado por Cristo después de su resurrección y ascensión al Padre; ilumina, vivifica, protege y rige la Iglesia, cuyos miembros purifica con tal que no desechen la gracia”(Pablo VI, “Credo del pueblo de Dios”, 13). Toda la tradición cristiana valora la presencia de este Espíritu que vivifica a la Iglesia y abre nuevos caminos para vivir la fe, una fe encarnada en contextos específicos, discernida en los signos de los tiempos, renovada en sinodalidad y que sea cada vez más cercana a los pobres y necesitados.