Desde hace tres años, nuestra UCSC ha tenido la oportunidad de aplicar la Encuesta Nacional de Compromiso Estudiantil (ENCE), gracias a un convenio del cual somos parte, junto a más de 15 universidades del Consejo de Rectores.
La ENCE es un instrumento aplicado a estudiantes universitarios de Primer y Cuarto Año de pregrado, cuyo objetivo es recoger el constructo del compromiso estudiantil –student engagement– entendido como un estado y disposición que los alumnos tienen para enfrentar la vida universitaria exitosamente. Pero esto último no quiere decir que la responsabilidad es únicamente del estudiante, sino también de las organizaciones universitarias.
Por ello, el concepto de compromiso estudiantil se construye bajo lineamientos tales como el tiempo y el esfuerzo que dedica el alumno a actividades formativas, pero de igual modo, a la forma en que las instituciones de Educación Superior actúan, organizan y plantean actividades en el currículum.
La idea general viene a “revolucionar” lo que fuera la experiencia de las antiguas generaciones en el ámbito de la Educación Superior, ya que la responsabilidad no radica sólo en la inversión de tiempo y dedicación que realiza el estudiante, sino también en acciones que destinan las instituciones para ofrecer condiciones ideales para los aprendizajes, y cautivar a sus alumnos.
Los resultados de la encuesta son extensos y, como es posible inferir, abarcan diferentes aspectos de la experiencia estudiantil. En esta oportunidad, quisiera hacer hincapié en un punto en particular: la relación estudiante-docente. Ella se funda en torno a cuatro ítems que buscan identificar la frecuencia con que un alumno interactúa con sus profesores fuera del horario de clases, específicamente.
Resulta interesante saber que los estudiantes señalan que conversan poco con sus docentes sobre los planes académicos futuros, y que trabajan poco con ellos en actividades distintas a las de la asignatura. Además, existe una baja frecuencia de discusiones sobre temáticas, ideas o conceptos de la asignatura fuera del horario de clases, y/o sobre el desempeño académico con un docente.
Estas situaciones podrían ser consideradas como alertas e invitan a cuestionarnos si la modalidad, preferentemente part-time, es un factor que impide que las interacciones docente-estudiantes se den con mayor frecuencia o si la cultura organizacional de las instituciones de Educación Superior limita esta interacción. ¿Es posible hablar de la suficiente madurez de los estudiantes para lograr este tipo de interacciones? Desde mi perspectiva, esta última afirmación no debe ser parte de la discusión, ya que nos instala nuevamente en el ámbito de las responsabilidades individuales y no compartidas.
Considero que, desde nuestro actuar en el ámbito universitario, la pregunta debe ser un poco más arriesgada: ¿Existen otras instancias que podamos resolver bajo el alero de nuestro trabajo, para favorecer encuentros de los estudiantes con sus docentes fuera del aula de clase?